¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

Constantino Carvallo
Tomado de “Diario Educar”, p. 168-170
Ha escrito Gerhard Nebel, el
estudioso de la antigüedad clásica, que una
muestra de la miseria espiritual de nuestra época se observa en la incapacidad
para vivir la fiesta. Tenemos solos los trabajos y los días, jornadas de
faena, de esfuerzo y, junto a ellos, si tenemos suerte, también días de
descanso a los que llamamos feriados. Son días también marcados con el signo
del trabajo, tiempo necesario para reponer las fuerzas. Lo que no tenemos
son días de fiesta.
¿Cuál es la calidad entrañable de
los días diferentes a la jornada y su descanso? Los días de fiesta no están marcados en el calendario, se ubican
más allá de él, son la ruptura de lo cotidiano. Son los días de la alegría como un regalo sin motivo, instantes que
estallan y son astros; en ellos nos sobrecoge el júbilo de estar vivos, la
conciencia agradecida de pertenecer a la inigualable especie humana.
La fiesta era entre los antiguos,
griegos, romanos, mochicas o tallanes, un día de descanso, pero no del trabajo,
sino de la existencia. Era la caída de la máscara, la recuperación de los lazos
con el universo íntegro. Por eso es también, y sobre todo, el día del amor, del
ágape, de la entrega. Eso quiere decir San Juan Crisóstomo cuando señala que “allí donde está el amor, allí resplandece
la fiesta”. Y Fernando Savater ha escrito que “el amor es la afirmación
entusiasta e incondicional de la existencia del otro”. Las fiestas son, pues,
días consagrados a la felicidad del prójimo. Por ello la condición
indispensable para que la fiesta se realice no es la comida o la bebida,
tampoco el equipo o la orquesta: es el otro al que entregamos en esas horas
nuestro amor.
Así lo ha escrito sabiamente un
gran exaltador de la fiesta, Friedrich Nietszche: “Lo que hace una auténtica fiesta no es nuestra habilidad de
organizarla, sino nuestra capacidad de dar con aquellos que puedan alegrarse en
ella”.
¿Cuántas auténticas fiestas tiene
nuestro calendario? ¿Cuántos días mágicos compartimos los peruanos? Pienso que
solo uno y temo que lo estemos ya perdiendo: la Navidad.
Es el nacimiento de Jesús, pero significa también el triunfo
sobre la muerte, el perdón y la llegada de la buena nueva del amor fraterno. Es
el fin de la ira y del castigo del viejo testamento, el anuncio de un
mandamiento inédito e insólito: “Amaos los unos a los otros”.
La fiesta es el himno, el canto coral, el amor plural por todos y
especialmente por los que más lo necesitan, aquellos para quienes esa mano tendida,
ese abrazo representa el calor y la cura para todas las heridas, acaso, de toda
una vida. Terminada la fiesta quedará en nuestro espíritu el renovado esplendor
con el cual reiniciar el trabajo. En ella, por un instante recuperamos la unión
profunda con el semejante.
Para los niños los días de fiesta son imprescindibles, son los sucesos felices que la
memoria guardará como armas contra el desaliento de la edad y los embates
trágicos del mundo. La Navidad , especialmente, es la fiesta de la infancia,
del Jesús niño, antes de sufrir
el dolor en la cruz y las traiciones y miserias. Nosotros, ya adultos, cuidemos
esta fecha consagrándola a los niños. Que reciban el amor de sus parientes, de
su compatriotas, de su prójimo; que
quienes gozamos de salud y libertad abramos generosamente nuestros corazones
para acoger, por lo menos en esa noche, a algunos de los millones de
desafortunados niños pobres para quienes la Navidad es solo una noche más para pedir limosna,
para contemplar, desde la vereda, las luces coloridas del árbol ajeno, para
esperar con hambre la llegada del mismo y doloroso amanecer.”